LA RELACIÓN ENTRE ESTADO Y LA IGLESIA
Durante
el Antiguo Régimen es característica la alianza entre el Altar y el Trono. La
Iglesia justifica el poder absoluto de los reyes (teorías de Bodino, por
ejemplo) y ayuda al Trono en el control
de la sociedad con su ideología y tribunales (como el de la Inquisición) y a
cambio se mantiene como el primer orden
de la sociedad, es un estamento privilegiado: leyes propias, administración de
justicia propia, no pagan impuestos (aunque a veces entregan alguna cantidad
voluntaria a la Monarquía), tienen inmensas propiedades que se acrecientan con
las donaciones de particulares (manos muertas), ocupan cargos públicos y
controlan la enseñanza, etc. Solo en algún momento de crisis o de debilidad del
Trono se produce algún enfrentamiento con la
Iglesia, sobre todo por el
mantenimiento de las exenciones fiscales.
Durante el siglo XVIII se va a producir
un cambio, es el desarrollo de la política
regalista. Las distintas monarquías, e igual España, van a intentar
promover una política de subordinación de la Iglesia al Estado. Y así convertir
a la Iglesia en una especie de funcionariado. Esta idea llevará al
enfrentamiento en algunos momentos con el Vaticano. Esta política arranca a principios de siglo
con Felipe V, ya que el Papa reconoció a
Carlos de Austria como rey de España. Como reacción Felipe V ordenó retirar el
embajador de Roma, expulsar al Nuncio del Vaticano, prohibió la comunicación
con la Santa Sede, y estableció un riguroso “Pase Regio” a todos los documentos procedentes de Roma. La
aplicación de estas políticas se regulariza a través de los Concordatos de 1717 y de 1753;
y las relaciones con Roma se vuelven tensas. Las discusiones más importantes con la Iglesia
son las relativas a las llamadas “cuestiones mixtas”, es decir, los temas que afectan al interés del Trono y
del Altar, en este caso la educación, el matrimonio, contratos, rentas y la
dotación de obispados y parroquias. Con el Concordato de 1753 la monarquía
consigue el Patronato Universal sobre la Iglesia en España y las relaciones
vuelven a la estabilidad. Con Carlos III las relaciones con la Iglesia fueron
estables a excepción del momento de la expulsión de los Jesuitas. Con Carlos
IV, al principio, al compás del inicio de la revolución francesa, se estrechan
los lazos con la Iglesia, pero después las relaciones vuelven a enfriarse al
aumentar la presión fiscal a la Iglesia y promover las primeras
desamortizaciones de propiedades eclesiásticas.
Con la Guerra de la Independencia y la
llegada del liberalismo se va a producir una fuerte alianza entre el Trono
y el Altar. La posible llegada a España de las ideas revolucionarias con José I
llevaron a la Iglesia española a luchar con los liberales contra los franceses.
Así la Iglesia participa como guerrilleros en la lucha y promueven una “Guerra
Santa” para defender la patria, y participan en el desarrollo de la formación
de las Cortes de Cádiz (unos 100 diputados son eclesiásticos) y en la defensa
de sus posturas en la legislación que se va a realizar. De este modo, en la Constitución de Cádiz de 1812, la
Iglesia consigue que se reconozca la religión católica como al “única y
verdadera”; además de otras prerrogativas. Pero esta alianza inicial entre
Iglesia y Liberalismo va a romperse pronto ya que las Cortes de Cádiz promueven
una serie de medidas que afectan a la Iglesia (supresión de conventos de menos
de 12 miembros, administración por parte del Estado de los bienes de
corporaciones extinguidas, prohibición de ocupar las sedes vacantes, supresión
de la Inquisición….).
La
vuelta de Fernando VII supuso la derogación de toda la legislación gaditana
(decretos de 4 de mayo de 1814) y el restablecimiento de instituciones y
favores a la Iglesia, a cambio de su colaboración y servicio. Vuelve la
Compañía de Jesús y la Inquisición lleva a cabo también la persecución del
liberalismo.
Con
el triunfo del pronunciamiento de Riego, en 1820, vuelve el liberalismo y con
él la idea de someter la Iglesia al control del Estado. La idea de una Iglesia
nacional sometida al Estado vuelve a extenderse, y así se suprimen monasterios,
la Compañía de Jesús y la Inquisición y se pretende intervenir en el
nombramiento de obispos y en la supresión del diezmo. Pero el restablecimiento
de Fernando VII como rey absoluto en 1823 truncó ese proceso, aunque a partir
de de ese momento una parte del clero se volvió mucho más reaccionaria y paso a
defender posturas más absolutistas que se relacionan con el carlismo.
Con
la llegada del Liberalismo, a partir de 1835, en el contexto de la Regencia de
María Cristina, se va a producir la fractura definitiva entre la Iglesia y el
Liberalismo. La guerra carlista y la defensa del trono para Isabel, llevan a
María Cristina a tener que entregar el gobierno a los liberales progresistas.
Así, Juan Álvarez de Mendizabal va a proponer la desamortización de los bienes
del clero regular (DOC.1) como solución para hacer frente a los graves
problemas hacendísticos, militares y de falta de apoyo de María Cristina, para
enfrentarse a los carlistas. Esta medida supone la ruptura de las buenas
relaciones con la Iglesia. Y también uno de los elementos que diferencian a los
liberales a partir del triunfo de liberalismo en España. Los llamados liberales
progresistas y los liberales moderados. Estos últimos serán partidarios de
parar las desamortizaciones y llegar a unas buenas relaciones con la Iglesia,
mientras que los liberales progresistas serán más partidarios de separar la
Iglesia y Estado, aunque manteniendo unas buenas relaciones. Por eso, en la Constitución progresista de 1837 se
establece “obligación de mantener el
culto y los ministros de la religión católica que profesan los españoles”. Elemento fundamental para el sostenimiento de la Iglesia ya que,
además, a partir de ahí se suprimirá el diezmo, lo que supone para los ingresos
de la Iglesia un duro golpe.
Por
estos motivos, cuando llegan al poder los liberales moderados (Narváez) a
partir de 1844, intentarán llegar a un entendimiento con la Iglesia para que
reconozca el reinado de Isabel II y se vuelva a la alianza de Altar y Trono.
Por eso en la Constitución de 1845 se vuelve a la oficialidad de la religión
católica, después se paran las desamortizaciones y con el Concordato de 1851 se
regularizan las relaciones con Roma, y el Estado se comprometió a la defensa de
la Iglesia, a garantizarle la enseñanza de la religión en todos los centros educativos (doc.
2, “incluso en las escuelas públicas”) y a la devolución de las tierras que no
habían sido vendidas. Por su parte la Iglesia, reconoció a Isabel II, permitió
intervenir al Estado en el nombramiento de obispos y provisión de parroquias y
reconoció la desamortización como un hecho consumado.
Pero
estas buenas relaciones se rompen con el Bienio Progresista. La desamortización
de Madoz, el control sobre los obispos y la redacción de la Constitución de
1856 son los elementos que entran en juego. Pero con la vuelta al poder de los
moderados, de la mano de O´Donnell, se recuperan
las buenas relaciones con la Iglesia.
Durante
el Sexenio Revolucionario de nuevo las relaciones entre Iglesia y Estado
vuelven a ser tensas. Aunque el Gobierno provisional proclamó “que España fue y
es una nación católica”, en su política aparecen acciones que rompen las buenas
relaciones: el permiso de la libertad religiosa y la desaparición de la religión como asignatura obligatoria de
institutos y universidades. Después la
reanudación de las desamortizaciones y el ataque al clero regular rompen las
buenas relaciones. Y aunque en la Constitución de 1869 se reconocen los gastos
de culto y clero no es suficiente para solucionar los enfrentamientos. Además
la elección de Amadeo de Saboya como rey para España fue otro elemento de
enfrentamiento con Roma, ya que no lo reconoció como rey al considerarlo usurpador de los Estados
Pontificios y símbolo de la humillación de su poder temporal. Estas diferencias
se verán acrecentados con la
proclamación de de la Primera República y la redacción del proyecto de
Constitución federal de 1873 (obra de Castelar). La idea de separar Iglesia y
Estado y la supresión de toda ayuda económica a la Iglesia supusieron un agravamiento de las relaciones con la
Iglesia.
La
vuelta de la monarquía con Alfonso XII de Borbón parecía que devolvía las
relaciones entre el Estado y la Iglesia por el buen entendimiento. Pero se
mantienen algunos elementos de enfrentamiento. Primero porque la Constitución
de 1876 aunque vuelve a la proclamación de la religión católica como la del
estado y al mantenimiento de los gastos de culto y clero, también establece la
tolerancia de otras religiones en el ámbito privado, lo que no fue del agrado
de la Iglesia. Por eso hay un acercamiento entre la iglesia y el carlismo y el
desarrollo de grupos neocatólicos que rechazan el liberalismo. Al tiempo se
produce un crecimiento de las Asociaciones Católicas. A finales del XIX, pese a
las críticas que plantea la Iglesia en defensa del mantenimiento literal de los
principios de recogidos en el Concordato de 1851, la relación entre la Iglesia
y el estado es bastante armoniosa con las pretensiones neorregalistas de los
gobiernos de Cánovas y Sagasta. Esta situación se rompe al inicio del siglo XX, al arrancar un movimiento secularizador moderado, con Canalejas y Romanones,
pero más radical por parte de los grupos republicanos. La famosa Ley del
Candado de Canalejas supone una ruptura momentánea de las relaciones con Roma y
de enfrentamiento con la Iglesia de España. Que vuelve a la normalidad hasta el
final de la Restauración al eliminarse esas disposiciones que atacaban a la
Iglesia.
Con
la dictadura de Primo de Rivera, se vuelve a un estrechamiento de las
relaciones entre el Estado y la Iglesia. Primo de Rivera para conseguir el
completo apoyo de la Iglesia desarrollo una labor de protección sobre la
Iglesia y sobre las obras católicas. Además se produjo una identificación entre
los valores e instituciones del régimen y de la Iglesia católica.
Con
la proclamación de la Segunda República se va a producir una ruptura de las
relaciones entre la Iglesia y el Estado y a aflorar unos enfrentamientos. La
idea de separa Iglesia y Estado, la de construir un estado laico y secularizar del
todo la vida civil chocaban frontalmente con las posiciones de la Iglesia.
Estos enfrentamientos ya aparecen desde la proclamación de la República y los
primeros enfrentamientos (quema de conventos de mayo) que manifiestan el fuerte
sentimiento anticlerical de una parte de la sociedad. Estas tensiones aumentan
durante los debates sobre el tema religioso para la redacción de la
constitución (“España ha dejado de ser católica” dijo Azaña) y se mantendrán
durante toda la etapa. En la Constitución de 1931 se recogen esas ideas Doc. 3,
España no tiene religión oficial y la Iglesia no recibirá ninguna ayuda
económica del Estado. Estas ideas de secularizar y separa Iglesia y Estado se
completarán con otra legislación (matrimonio civil, etc. ) y con la promulgación
de la Ley de Congregaciones religiosas que eliminaban la posibilidad de
educación y cualquier actividad
económica a la Iglesia y órdenes religiosas. Estas medidas fueron entendidas
por la jerarquía católica (cardenal Segura) y por el Vaticano como un ataque
y a partir de ahí en un duro
enfrentamiento con el Estado. Durante el bienio radical-cedista, aunque hay
unos intentos de acercamiento con la Iglesia y el Vaticano, no se mejora nada,
ya que todo tiene que pasar para la Iglesia por una reforma de la Constitución.
Cuando
se produce el inicio de la Guerra Civil, la Iglesia se pondrá de lado de los
sublevados y los apoyará incondicionalmente, definirá la Guerra Civil como una
Cruzada y la jerarquía católica hablará a favor del general Franco (Pastorales
de los Obispos Múgica y Olaechea 6-8-36, Pastoral Colectiva del Episcopado en
el verano del 37). La alianza entre el Altar y el Trono vuelve a su
apogeo. La ideología de la Iglesia lo
impregna todo. Está presente en los actos civiles y militares. La doctrina
católica es obligatoria (matrimonio, no divorcio). En el Doc. 4, vemos un
ejemplo con las normas que se dictan para la escuela primaria en 1939. El Estado asigna a la iglesia un presupuesto.
La Iglesia controla la educación y la moral. La Iglesia está presente en las
Cortes. A cambio la Iglesia apoya el régimen de Franco, extiendo la idea de
hombre providencial, le concede el privilegio de entrar en la Iglesia bajo
palio, y le concede también ciertas prerrogativas regalistas, como el
nombramiento de Obispos. Todas estas disposiciones quedaran reguladas con un nuevo Concordato en 1953, culminación
de las buenas relaciones entre Iglesia y Estado en la etapa del Nacional
catolicismo. COMPLETAR.
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