POBLACIÓN, DESARROLO DEMOGRÁFICO Y
SOCIEDAD EN LA ÉPOCA DE FRANCO
HEB11.1.9. Describe las transformaciones que
experimenta la sociedad española durante los años del franquismo, así como sus
causas.
B11.2. Cultura española durante el franquismo: cultura
oficial; cultura del exilio; cultura interior al margen del sistema.
- MOVIMIENTO NATURAL
La población pasó de 25.877.000 habitantes en 1940 a
unos 35.500.000 en 1975. El crecimiento más fuerte se produce en los años 60
(desarrollo económico), sobre todo en el quinquenio 65-70 (1960: 30.430.000,
1965: 31.965.000 e 1970: 34.032.000). El crecimiento de 1961-70 e uno de
los más grandes de la demografía española. Está unido al baby boom de los años 60 (crecimiento económico) y a las bajas
tasas de mortalidad.
Se acompaña este crecimiento de unas tasas de
natalidad que oscilan entre el 24,3 por mil en 1940 al 18,6 por mil en
1975, y una mortalidad en fuerte descenso: en 1940 es del 16 por mil y se
sitúa en 1960 en el 8,6 por mil. Las causas de los descensos están en el
progreso económico y en la transformación social.
- POBLACIÓN ACTIVA
Es otra de las
grandes transformaciones de la sociedad que se ve en el siguiente cuadro:
|
1940
|
1975
|
SECTOR 1º
|
50,52 %
|
21,46 %
|
SECTOR 2º
|
22,13 %
|
38,24 %
|
SECTOR 3º
|
27,35 %
|
40,30 %
|
Este cambio en
la distribución es como consecuencia del proceso industrializador. También
debemos destacar el aumento de la población trabajadora, ya que en 1940 la
población activa representa solo el 34,61 % de la población y en 1975 es del 38
%.
- MOVIMIENTOS MIGRATORIOS
Los movimientos migratorios se producen por
diferencias de tensión demográfica sobre los recursos disponibles. Las migraciones
van de los lugares de mayor crecimiento vegetativo a los de mayor crecimiento
económico.
Las migraciones
interiores se dirigen hacia las zonas más industrializadas: Madrid,
País Vasco, Valle del Ebro, Valencia... (16 provincias), provocando el abandono
de las provincias emisoras (34). En el período 1951-60 sale un millón de personas,
entre 1961-70 casi dos millones.
Las migraciones exteriores no comienzan hasta
finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1958 el destino preferente era Hispanoamérica,
después el polo de atracción es Europa (fuerte crecimiento económico).
Esta salida hacia Europa afectó, en términos generales, a casi un millón de
personas (lo que ayudó notablemente al triunfo de las medidas estabilizadoras:
menos paro en España, más renta para los que quedan, envío de dinero para
comprar cosas en España y ayudar a compensar la Balanza de Pagos). El aumento
más importante es en los años 1961-62 con case 120.000 salidas, situándose
después en unas 65.000 anuales.
4.
PURITANISMO IDEOLÓGICO Y CONTROL SOCIAL
El franquismo impuso profundos cambios en la vida
cotidiana, en los comportamientos culturales y religiosos y en el marco
político.
Los primeros años de la posguerra fueron años de represión.
La Ley de Responsabilidades Políticas, de febrero del 39, atribuía las
responsabilidades de la guerra a todo sospechoso de republicano. Esto obligó a
miles de personas a cambiar de comportamientos e ideas (otros no lo hicieron a
tiempo); fueron depurados y España sufrió una pérdida irreparable. El
temor a la represión y la necesidad de trabajar generará una adhesión al
nuevo régimen (incluso se valió de un sistema policial de delaciones
–denuncias y venganzas-) que afectó a todos los sectores de la sociedad.
El hambre y la escasez son otras de las
características de la posguerra. La elevación del coste de la vida, la pérdida
de poder adquisitivo, la falta de productos y el racionamiento hacían difícil
sobrevivir cada día. Las clases bajas sufrían aun más fuertemente esa situación
debido a las enfermedades y epidemias.
CONTROL
IDEOLÓGICO Y COSTUMBRES
En la posguerra existió un estricto control ideológico,
tanto estatal como eclesiástico. Se crearon organizaciones e instituciones
de encuadramiento ideológico y político: el Frente de Juventudes, la
Sección Femenina de FET y de las JONS (ver concepto), etc. La religión católica
fue la única reconocida por el Estado: matrimonio, bautismo, no divorcio,
moralidad en las costumbres (baile, baños, comportamiento social
–prostitución-, papel de la mujer), educación, etc., estaban dirigidos por la
moral católica.
La educación era un medio para el adoctrinamiento
político y religioso. La educación controlada por la Iglesia, prohibida la
enseñanza mixta, con el estudio obligatorio de la religión católica y la Formación
del Espíritu Nacional, que enseñaba los principios básicos de la doctrina
falangista y que era enseñada por miembros del Movimiento.
SUBORDINACIÓN DE LA MUJER (ver modelo
de examen)
La familia era considerada por el franquismo como
base fundamental de la sociedad. Se impuso el modelo patriarcal, que
preconizaba el completo sometimiento de la mujer al hombre. Estaba protegida
por el Estado y se imponía la moral católica: matrimonio indisoluble y el fin
de la procreación de hijos, padre que consigue los recursos, madre que cuida la
casa y los hijos, y estos educados para perpetuar el sistema y la tradición.
Para divulgar estos valores tenía un papel
fundamental la Sección Femenina, creada en 1934 y dirigida hasta su disolución
por Pilar Primo de Rivera. Contribuyó al diseño y control de una educación
específicamente femenina, destinada a formar amas de casa. Se potenciaba el
modelo femenino caracterizado por la subordinación al hombre, la pasividad
política y la nula participación pública. Para el adoctrinamiento y extensión
de esta filosofía se creó, en 1937, el Servicio Social que obligaba a todas las
mujeres a una prestación obligatoria durante 6 meses de trabajos sociales y la
asistencia a clases teóricas con las ideas del régimen.
También la Iglesia servía para para esa acción de
adoctrinamiento de la mujer y la sociedad en general, sobre todo por el
carácter confesional del Estado. Esto le reportaba a la Iglesia también en
grandes beneficios económicos. La segunda etapa del régimen, de 1945 al 59,
está marcada por esa estrecha relación, de ahí la denominación de
Nacionalcatolicismo. Los mensajes de una mujer sometida al hombre, cuya función
–oficio- es la atención al marido y a la procreación, y que así lo dispuso Dios
y cuyo camino hay que seguir, son constantes desde las autoridades de la
Iglesia.
Toda esta posición se reforzaba con una legislación,
en todos los campos, en los que se subordinaba y sometía a la mujer al hombre.
En los años 60 se empieza a experimentar algunos
cambios, en el conjunto de la transformación de la sociedad, y sobre todo por
la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar y el acceso a la
formación universitaria. Mujeres que tienen una mentalidad nueva que defendían
su libertad y realización personal. De esta forma, la reivindicación de los
derechos de las mujeres dio lugar a la aparición de un nuevo movimiento feminista,
que alcanzaría su mayor desarrollo en las décadas siguientes. Pese a eso se
mantenía la desigualdad legal sometida al marido o al padre.
CENSURA
Y CULTURA
La España franquista conoció lo que algún autor ha
llamado el "páramo cultural" de la posguerra. A pesar de ello, es
posible reconocer un conjunto de manifestaciones culturales inspiradas en los
principios estéticos e intelectuales del franquismo: exaltación del
nacionalismo español y de las virtudes militares, clasicismo en los gustos artísticos,
catolicismo militante, hipervaloración de la época "dorada" del
Imperio español y del Siglo de Oro, de la arquitectura herreriana y del
pensamiento tradicional español desde Saavedra Fajardo a Marcelino Menéndez y
Pelayo o Maeztu. La política del régimen hizo que la censura afectara a todas las actividades intelectuales y a los
medios de comunicación. El cine y el teatro serían víctimas de una doble
censura civil y eclesiástica, siendo prohibidas obras de autores como García
Lorca, Valle Inclán o Casona.
La unificación lingüística en torno al castellano
(“habla la lengua del Imperio”) fue uno de los principios del nuevo Estado. La
obsesión lingüística llevó a erradicar todo vocablo extranjerizante –castellanización-.
Prohibición de los “dialectos” no apropiados para las funciones de la vida pública.
A nivel artístico tuvo un carácter
reaccionario: estilos historicistas, grandilocuentes, triunfalistas.
A nivel literario: la censura sobre las
grandes obras de escritores españoles y extranjeros llevó a la llamada
literatura de kiosko: los cómics “El Coyote”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “El
Capitán Trueno”, etc. El teatro, relegado a un segundo plano; la subliteratura
(folletines o novela rosa)
El cine por su difusión e influencia fue
objeto de especial atención y control. El Departamento Nacional de
Cinematografía establecía las ideas en las que debían basarse las películas del
nuevo régimen: valores patrióticos, religiosos, familiares... Todas las
producciones, nacionales y extranjeras, debían superar la censura (cortes,
cambios de diálogo). Las películas de los años 40 y 50 fueron de temas
militares, patrióticos y folclóricos (Raza, 1940; Leona de Castilla, 1951; Alba
de América, 1951) (Antonio Molina, Lola Flores). Además, antes de la proyección
era obligatoria la visualización del NO-DO (hasta el 1 de enero de 1976),
instrumento de propaganda del régimen.
La prensa sufrió un control riguroso (Ley de
Prensa de 1938 hasta 1966). La censura incluía desde la autorización para
editar hasta nombrar director del periódico por parte de la Administración.
Además la propia Dirección General de Prensa daba instrucciones para publicar ciertas
noticias o insertar obligatoriamente otras (discursos de Franco). Sobre la Radio
se ejerció un control semejante (la televisión, desde el inicio de las
emisiones en 1956, fue un medio controlado por el régimen y empleado como
propaganda y distracción). Era obligatoria la transmisión de la información
oficial conectando con el “Diario hablado de RNE”. Fue la época de los programas
musicales, variedades, concursos, folletines radiofónicos (Guillermo Sautier
Casaseca, Matilde Conesa, Juana Ginzo), de las retransmisiones deportivas
(fútbol) y los toros, convertidos durante todo el franquismo como catalizador
del nacionalismo español.
5.
MODERNIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA
El crecimiento económico llevó parejo una serie de cambios
sociales y culturales. La sociedad tradicional fue dejando paso a una sociedad
moderna, más urbanizada y dinámica.
El desenvolvimiento de la urbanización y de la
economía industrial y de servicios hizo que España se convirtiese en una sociedad
de clases medias. En esta sociedad es de destacar el aumento en el número
de asalariados, de profesionales liberales y de un gran número de obreros
industriales. También destaca la incorporación de la mujer al trabajo
(2,3 millones en 1960, 3,1 en 1970) siempre con salarios inferiores a los de los
hombres y en condiciones muy desiguales (ley sobre derechos políticos,
profesionales y de trabajo de la mujer, presentada por Pilar Primo de Rivera en
1961).
Junto a estas transformaciones se producen otras en
los comportamientos sociales y en las pautas culturales. El sistema
educativo experimentó profundas transformaciones. El acceso a las aulas se
generalizó, en 1964 se declaró obligatoria la instrucción hasta los 14 años. En
1970 se aprobó la Ley General de Educación (José Luís Villar Palasí) que dio un
fuerte impulso a la enseñanza (aumento de las inversiones, tramos educativos
–EGB, BUP, COU-, enseñanzas profesionales). A pesar de esto fallaron las
inversiones y la Iglesia siguió teniendo una fuerte presencia y control en el
sistema educativo. La Universidad también experimentó un crecimiento, tendiendo
a la “masificación”.
En el campo cultural, la necesidad de homologación
del régimen de Franco en el exterior, favoreció la puesta en marcha de una
serie de reformas por parte de Manuel Fraga:
-
liberalización editorial, en 1962, que permitió la
difusión de obras antes prohibidas.
-
Suavización de la censura.
-
Aparición de revistas críticas: Revista de Occidente,
Cuadernos para el Diálogo, Triunfo.
-
Ley de Prensa de 1966.
El aumento del nivel de vida, sobre todo
desde los sesenta, inició una tendencia alcista del consumo en la
sociedad española. Tuvo lugar un incremento del presupuesto familiar y una
transformación en la estructura de los gastos. Las necesidades básicas
(alimentación, vestido, etc.) dejaron de absorber la mayor parte del
presupuesto (en 1958 era del 77,2 % y en 1973 del 57 %), y permitió dirigir el
consumo hacia la vivienda, educación, cultura, ocio, etc. Cobra especial
importancia el consumo de bienes duraderos: frigorífico, lavadora,
televisor, automóvil (600). La producción industrial de estos bienes se disparó
a finales de los sesenta y principios de los setenta, lo que repercutió también
en la Hacienda al aumentar la recaudación a través de los impuestos
de lujo.
Estas nuevas formas de consumo comportaron modificaciones
en las formas de vida urbana (en el mundo rural se produce más tarde). La cultura,
cada vez más secularizada, erosionaba el modelo socio-religioso del
nacionalcatolicismo. A este cambio contribuyeron: la llegada de
turistas, el conocimiento del exterior por los emigrantes y los cambios en la
Iglesia (fijarse más en las clases desfavorecidas y marginadas, abandono de
prácticas religiosas).
B11.2. Cultura española
durante el franquismo: cultura oficial; cultura del exilio; cultura interior al
margen del sistema.
Sobre la cultura
oficial: completar con lo que está puesto antes….
Cultura del exilio: Autores como Ramón J. Sender, Max Aub, Arturo
Barea, Alberti, Juan Ramón Jimenez, Cernuda, León Felipe, María Zambrano,
siguen produciendo obras igual calidad en el exilio.
Cultura interior al
margen del sistema:
En los años 40 y 50 la censura no evitó que algunos escritores
criticaran la sociedad de posguerra y reflejaran las míseras condiciones de
vida de aquellos años cuarenta en obras como La familia de Pascual Duarte
(1942) de Camilo José Cela, Los Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, Sombra
del Paraíso (1944) de Vicente Aleixandre, Historia de una escalera de Buero
Vallejo (1949) o La Colmena de Cela (1951). En 1944 nacía la revista Espadaña,
que recogió la "poesía social", representada, sobre todo, por Blas de
Otero y Gabriel de Celaya, para quien la poesía era un "instrumento para
transformar el mundo" o "un arma cargada de futuro". En el mundo
del pensamiento ya hubo intentos en los años cuarenta de recuperar la tradición
liberal: Julio Caro Baroja o Ramón Carande en el campo de la historia; Julián
Marías, Zubiri, Laín Entralgo y Aranguren, en el pensamiento filosófico y el
ensayo. Este impulso intelectual recibió apoyo de Joaquín Ruiz Jiménez,
ministro de Educación Nacional desde 1951. Muchos catedráticos depurados fueron
readmitidos, los planes de enseñanza se modernizaron, el SEU empezó a perder su
monopolio en la Universidad.
En
los años cincuenta la literatura y el cine produjeron algunas muestras de esa
liberalización: El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio, las obras de
Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, o el cine de Bardem o Berlanga, el teatro
de Mihura o Buera Vallejo, la poesía de Aleixandre o BIas de Otero. La historia
tuvo en Jaume Vicéns Vives a su más preclaro renovador, abandonando los temas
tópicos, destacando que la historia de España no era la historia de Castilla e
incorporando los planteamientos económicosociales en el estudio de la historia.
Esta liberalización fue interrumpida por los sucesos de 1956.
Fue durante la década de 1960
cuando se produjo un auténtico desarrollo de una nueva cultura crítica, con el
compromiso político de muchos intelectuales, que denunciaban la rigidez
ideológica y política imperante, con una total negación de libertades. Su
disidencia se manifestó no sólo en sus obras, sino en la redacción y firma de
manifiestos y cartas de protesta, y en su participación en todo tipo de
iniciativas y actos políticos y culturales. La mejora del nivel educativo y la
politización de una parte importante de los estudiantes universitarios estaban
influyendo para que la renovación cultural se hiciera de forma semejante a la
europea. Las nuevas generaciones estaban cada vez más en contacto e influidas
por los valores que estaban adoptando entonces la mayoría de los jóvenes de
Europa occidental. La mejora del poder adquisitivo y la mayor capacidad de desplazamiento
empezaban a permitir los viajes al extranjero, especialmente a Francia. Sin
embargo, la tirada media de los libros era baja, unos 1.500 ejemplares por
título, y la lectura de la prensa tenía uno de los índices más reducidos de
Europa: se calculaba en 1970 una venta de 90 diarios por cada 1.000 personas.
Las principales vías de difusión del pensamiento crítico fueron las
publicaciones periódicas, especialmente las revistas, y algunos libros de ensayo: destacarán pronto Triunfo, creada en 1962, Cuadernos para el Diálogo, en 1963, Revista de Occidente, recuperada por
José Ortega Spottorno en 1963, así como la barcelonesa Destino. Cuadernos para el Diálogo se convirtió en un lugar de
encuentro de demócratas de derecha e izquierda, fomentando incluso el diálogo
entre cristianos y marxistas. Pero esta voluntad abierta al diálogo topaba con
la actitud política oficial, cerrada e intransigente, que dificultaba los
intentos de promover un contraste de ideas entre la oposición y los más
próximos al régimen franquista.
De todos modos, la intransigencia
oficial ante todo tipo de publicación crítica sobre la guerra civil o sobre el
régimen motivó la creación de editoriales
en el extranjero, como fue el caso de Ruedo
Ibérico, fundada en París en 1961, especializada en este tipo de temas. En
los Cuadernos de Ruedo Ibérico, creados en 1965, publicaron muchos
intelectuales exiliados, así como otros del interior, bajo seudónimo. En estas
publicaciones se ofrecía una alternativa a la historia franquista y una denuncia
de la manipulación practicada por sus historiadores, como quedó de manifiesto
en la obra de Herbert R. Southworth El Mito de la cruzada de Franco (1963).
Con respecto a la producción literaria, en 1960 se iniciaron muchas
tendencias culturales que se consolidarían en la década de 1970. Empezaron a
publicar en esos años autores que habían sido niños durante la guerra y que
intentaron describir de forma particular, y diferente, el duro y triste mundo
de la posguerra. Era una generación
menos atemorizada y con mayor libertad para denunciar la mezquindad del
franquismo. Así se superó el realismo de la década de 1950, tanto por parte de
la llamada “poesía social”, como de la narrativa neorrealista, fenómeno que
también pudo apreciarse en el cine y el teatro: quizá el más claro símbolo del
cambio fue la novela de Luis Martín Santos Tiempo de Silencio, de 1962. En la
misma línea destacarían Cinco Horas con Mario (1966) de Miguel Delibes, y las
obras del autoexiliado Juan Goytisolo, Señas de Identidad (1967), prohibida por
la censura franquista, Reivindicación del Conde Don Julián (1970) y Juan sin
Tierra (1975). Igualmente destacó la aparición de la prosa densa y metafórica
de Juan Benet en Volverás a Región (1968). Se apreciaba también la persistencia
de un realismo social con formas nuevas, en las primeras obras de Juan Marsé,
Últimas Tardes con Teresa (1966) y Si te dicen que caí, prohibida por la
censura y publicada en México en 1973. También surgirán nuevos autores como
Javier Marías y Vicente Molina Foix.
La renovación del lenguaje
poético vino de la mano de autores muy jóvenes que introdujeron formas más
renovadoras basadas en la reivindicación de una total libertad de expresión.
Todos los autores que en 1970 Josep María Castellet seleccionó en su antología
Nueve Novísimos Poetas Españoles, habían nacido en la posguerra, como, entre
otros, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Juan Siles y Manuel
Vázquez Montalbán. Igualmente debe destacarse la recuperación de autores
simbólicos, como Federico García Lorca y Antonio Machado, así como algunas
figuras del exilio, como Rafael Alberti y Juan Gil Albert. Por otra parte, a
causa del gran éxito de la televisión, e incluso del cine, se inició la crisis
del teatro comercial, como lo mostraba la constante desaparición de salas. Pero
se produjeron obras impactantes como El Tragaluz (1967) de Antonio Buero
Vallejo.
El cine español también conoció un notable descenso de público ante
la competencia de la televisión. Sin embargo, la influencia del cine europeo permitió
que continuasen produciéndose relatos de gran compromiso social. Fue una etapa
contradictoria, ya que la arbitrariedad del Ministerio de Información y Turismo
podía promover y subvencionar películas y luego prohibir su exhibición. Un caso
escandaloso fue el de Viridiana (1961), del exiliado Luis Buñuel, presentada
oficialmente como producción española en el Festival de Cannes, donde fue
premiada con la Palma de Oro, para luego ser radicalmente prohibida en España
por ser considerada “blasfema”. También hay que recordar la persecución sufrida
por la película El Verdugo (1963), de Luis García Berlanga, que, pese a ser
premiada en la Mostra de Venecia, la intervención del embajador español en Roma
obligó al director a cambiar el final de la película para poder ser exhibido en
España.
La existencia de un público
selecto, joven y cada vez más numeroso exigía cine de calidad, semejante al
europeo. De la producción de los 60 destacan Nueve Cartas a Berta (1965), de
Basilio Martín Patino; La Caza (1965), de Carlos Saura, premiada en el Festival
de Berlín; y la excelente versión de la novela de Unamuno La Tía Tula (1964),
realizada por Miguel Picazo. El propio Luis Buñuel dirigió en España una de sus
últimas películas, Tristana (1969), y ya en la década de 1970, se impuso un
cine de claro carácter simbólico, como El Jardín de las Delicias (1970) y La
Prima Angélica (1973), de Carlos Saura; El Espíritu de la Colmena (1973), de
Víctor Erice; o Furtivos (1975), de José Luis Borau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario