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lunes, 16 de marzo de 2020

POBLACIÓN, DESARROLO DEMOGRÁFICO Y SOCIEDAD EN LA ÉPOCA DE FRANCO


POBLACIÓN, DESARROLO DEMOGRÁFICO Y SOCIEDAD EN LA ÉPOCA DE FRANCO

 HEB11.1.9. Describe las transformaciones que experimenta la sociedad española durante los años del franquismo, así como sus causas.


 B11.2. Cultura española durante el franquismo: cultura oficial; cultura del exilio; cultura interior al margen del sistema.

  1. MOVIMIENTO NATURAL

La población pasó de 25.877.000 habitantes en 1940 a unos 35.500.000 en 1975. El crecimiento más fuerte se produce en los años 60 (desarrollo económico), sobre todo en el quinquenio 65-70 (1960: 30.430.000, 1965: 31.965.000 e 1970: 34.032.000). El crecimiento de 1961-70 e uno de los más grandes de la demografía española. Está unido al baby boom de los años 60 (crecimiento económico) y a las bajas tasas de mortalidad.

Se acompaña este crecimiento de unas tasas de natalidad que oscilan entre el 24,3 por mil en 1940 al 18,6 por mil en 1975, y una mortalidad en fuerte descenso: en 1940 es del 16 por mil y se sitúa en 1960 en el 8,6 por mil. Las causas de los descensos están en el progreso económico y en la transformación social.

  1. POBLACIÓN ACTIVA

Es otra de las grandes transformaciones de la sociedad que se ve en el siguiente cuadro:
               

1940
1975
SECTOR 1º
50,52 %
21,46 %
SECTOR 2º
22,13 %
38,24 %
SECTOR 3º
27,35 %
40,30 %


Este cambio en la distribución es como consecuencia del proceso industrializador. También debemos destacar el aumento de la población trabajadora, ya que en 1940 la población activa representa solo el 34,61 % de la población y en 1975 es del 38 %.

  1. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS

Los movimientos migratorios se producen por diferencias de tensión demográfica sobre los recursos disponibles. Las migraciones van de los lugares de mayor crecimiento vegetativo a los de mayor crecimiento económico.

Las migraciones interiores se dirigen hacia las zonas más industrializadas: Madrid, País Vasco, Valle del Ebro, Valencia... (16 provincias), provocando el abandono de las provincias emisoras (34). En el período 1951-60 sale un millón de personas, entre 1961-70 casi dos millones.

Las migraciones exteriores no comienzan hasta finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1958 el destino preferente era Hispanoamérica, después el polo de atracción es Europa (fuerte crecimiento económico). Esta salida hacia Europa afectó, en términos generales, a casi un millón de personas (lo que ayudó notablemente al triunfo de las medidas estabilizadoras: menos paro en España, más renta para los que quedan, envío de dinero para comprar cosas en España y ayudar a compensar la Balanza de Pagos). El aumento más importante es en los años 1961-62 con case 120.000 salidas, situándose después en unas 65.000 anuales.



4.      PURITANISMO IDEOLÓGICO Y CONTROL SOCIAL

El franquismo impuso profundos cambios en la vida cotidiana, en los comportamientos culturales y religiosos y en el marco político.

Los primeros años de la posguerra fueron años de represión. La Ley de Responsabilidades Políticas, de febrero del 39, atribuía las responsabilidades de la guerra a todo sospechoso de republicano. Esto obligó a miles de personas a cambiar de comportamientos e ideas (otros no lo hicieron a tiempo); fueron depurados y España sufrió una pérdida irreparable. El temor a la represión y la necesidad de trabajar generará una adhesión al nuevo régimen (incluso se valió de un sistema policial de delaciones –denuncias y venganzas-) que afectó a todos los sectores de la sociedad.

El hambre y la escasez son otras de las características de la posguerra. La elevación del coste de la vida, la pérdida de poder adquisitivo, la falta de productos y el racionamiento hacían difícil sobrevivir cada día. Las clases bajas sufrían aun más fuertemente esa situación debido a las enfermedades y epidemias.

CONTROL IDEOLÓGICO Y COSTUMBRES

En la posguerra existió un estricto control ideológico, tanto estatal como eclesiástico. Se crearon organizaciones e instituciones de encuadramiento ideológico y político: el Frente de Juventudes, la Sección Femenina de FET y de las JONS (ver concepto), etc. La religión católica fue la única reconocida por el Estado: matrimonio, bautismo, no divorcio, moralidad en las costumbres (baile, baños, comportamiento social –prostitución-, papel de la mujer), educación, etc., estaban dirigidos por la moral católica.
La educación era un medio para el adoctrinamiento político y religioso. La educación controlada por la Iglesia, prohibida la enseñanza mixta, con el estudio obligatorio de la religión católica y la Formación del Espíritu Nacional, que enseñaba los principios básicos de la doctrina falangista y que era enseñada por miembros del Movimiento.

SUBORDINACIÓN DE LA MUJER (ver modelo de examen)

La familia era considerada por el franquismo como base fundamental de la sociedad. Se impuso el modelo patriarcal, que preconizaba el completo sometimiento de la mujer al hombre. Estaba protegida por el Estado y se imponía la moral católica: matrimonio indisoluble y el fin de la procreación de hijos, padre que consigue los recursos, madre que cuida la casa y los hijos, y estos educados para perpetuar el sistema y la tradición.
Para divulgar estos valores tenía un papel fundamental la Sección Femenina, creada en 1934 y dirigida hasta su disolución por Pilar Primo de Rivera. Contribuyó al diseño y control de una educación específicamente femenina, destinada a formar amas de casa. Se potenciaba el modelo femenino caracterizado por la subordinación al hombre, la pasividad política y la nula participación pública. Para el adoctrinamiento y extensión de esta filosofía se creó, en 1937, el Servicio Social que obligaba a todas las mujeres a una prestación obligatoria durante 6 meses de trabajos sociales y la asistencia a clases teóricas con las ideas del régimen.
También la Iglesia servía para para esa acción de adoctrinamiento de la mujer y la sociedad en general, sobre todo por el carácter confesional del Estado. Esto le reportaba a la Iglesia también en grandes beneficios económicos. La segunda etapa del régimen, de 1945 al 59, está marcada por esa estrecha relación, de ahí la denominación de Nacionalcatolicismo. Los mensajes de una mujer sometida al hombre, cuya función –oficio- es la atención al marido y a la procreación, y que así lo dispuso Dios y cuyo camino hay que seguir, son constantes desde las autoridades de la Iglesia.
Toda esta posición se reforzaba con una legislación, en todos los campos, en los que se subordinaba y sometía a la mujer al hombre.

En los años 60 se empieza a experimentar algunos cambios, en el conjunto de la transformación de la sociedad, y sobre todo por la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar y el acceso a la formación universitaria. Mujeres que tienen una mentalidad nueva que defendían su libertad y realización personal. De esta forma, la reivindicación de los derechos de las mujeres dio lugar a la aparición de un nuevo movimiento feminista, que alcanzaría su mayor desarrollo en las décadas siguientes. Pese a eso se mantenía la desigualdad legal sometida al marido o al padre.


CENSURA Y CULTURA
           
            La España franquista conoció lo que algún autor ha llamado el "páramo cultural" de la posguerra. A pesar de ello, es posible reconocer un conjunto de manifestaciones culturales inspiradas en los principios estéticos e intelectuales del franquismo: exaltación del nacionalismo español y de las virtudes militares, clasicismo en los gustos artísticos, catolicismo militante, hipervaloración de la época "dorada" del Imperio español y del Siglo de Oro, de la arquitectura herreriana y del pensamiento tradicional español desde Saavedra Fajardo a Marcelino Menéndez y Pelayo o Maeztu. La política del régimen hizo que la censura afectara a todas las actividades intelectuales y a los medios de comunicación. El cine y el teatro serían víctimas de una doble censura civil y eclesiástica, siendo prohibidas obras de autores como García Lorca, Valle Inclán o Casona.

La unificación lingüística en torno al castellano (“habla la lengua del Imperio”) fue uno de los principios del nuevo Estado. La obsesión lingüística llevó a erradicar todo vocablo extranjerizante –castellanización-. Prohibición de los “dialectos” no apropiados para las funciones de la vida pública.
A nivel artístico tuvo un carácter reaccionario: estilos historicistas, grandilocuentes, triunfalistas.
A nivel literario: la censura sobre las grandes obras de escritores españoles y extranjeros llevó a la llamada literatura de kiosko: los cómics “El Coyote”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, “El Capitán Trueno”, etc. El teatro, relegado a un segundo plano; la subliteratura (folletines o novela rosa)
El cine por su difusión e influencia fue objeto de especial atención y control. El Departamento Nacional de Cinematografía establecía las ideas en las que debían basarse las películas del nuevo régimen: valores patrióticos, religiosos, familiares... Todas las producciones, nacionales y extranjeras, debían superar la censura (cortes, cambios de diálogo). Las películas de los años 40 y 50 fueron de temas militares, patrióticos y folclóricos (Raza, 1940; Leona de Castilla, 1951; Alba de América, 1951) (Antonio Molina, Lola Flores). Además, antes de la proyección era obligatoria la visualización del NO-DO (hasta el 1 de enero de 1976), instrumento de propaganda del régimen.
La prensa sufrió un control riguroso (Ley de Prensa de 1938 hasta 1966). La censura incluía desde la autorización para editar hasta nombrar director del periódico por parte de la Administración. Además la propia Dirección General de Prensa daba instrucciones para publicar ciertas noticias o insertar obligatoriamente otras (discursos de Franco). Sobre la Radio se ejerció un control semejante (la televisión, desde el inicio de las emisiones en 1956, fue un medio controlado por el régimen y empleado como propaganda y distracción). Era obligatoria la transmisión de la información oficial conectando con el “Diario hablado de RNE”. Fue la época de los programas musicales, variedades, concursos, folletines radiofónicos (Guillermo Sautier Casaseca, Matilde Conesa, Juana Ginzo), de las retransmisiones deportivas (fútbol) y los toros, convertidos durante todo el franquismo como catalizador del nacionalismo español.

 
5.      MODERNIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA

El crecimiento económico llevó parejo una serie de cambios sociales y culturales. La sociedad tradicional fue dejando paso a una sociedad moderna, más urbanizada y dinámica.

El desenvolvimiento de la urbanización y de la economía industrial y de servicios hizo que España se convirtiese en una sociedad de clases medias. En esta sociedad es de destacar el aumento en el número de asalariados, de profesionales liberales y de un gran número de obreros industriales. También destaca la incorporación de la mujer al trabajo (2,3 millones en 1960, 3,1 en 1970) siempre con salarios inferiores a los de los hombres y en condiciones muy desiguales (ley sobre derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer, presentada por Pilar Primo de Rivera en 1961).

Junto a estas transformaciones se producen otras en los comportamientos sociales y en las pautas culturales. El sistema educativo experimentó profundas transformaciones. El acceso a las aulas se generalizó, en 1964 se declaró obligatoria la instrucción hasta los 14 años. En 1970 se aprobó la Ley General de Educación (José Luís Villar Palasí) que dio un fuerte impulso a la enseñanza (aumento de las inversiones, tramos educativos –EGB, BUP, COU-, enseñanzas profesionales). A pesar de esto fallaron las inversiones y la Iglesia siguió teniendo una fuerte presencia y control en el sistema educativo. La Universidad también experimentó un crecimiento, tendiendo a la “masificación”.

En el campo cultural, la necesidad de homologación del régimen de Franco en el exterior, favoreció la puesta en marcha de una serie de reformas por parte de Manuel Fraga:
-          liberalización editorial, en 1962, que permitió la difusión de obras antes prohibidas.
-          Suavización de la censura.
-          Aparición de revistas críticas: Revista de Occidente, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo.
-          Ley de Prensa de 1966.

El aumento del nivel de vida, sobre todo desde los sesenta, inició una tendencia alcista del consumo en la sociedad española. Tuvo lugar un incremento del presupuesto familiar y una transformación en la estructura de los gastos. Las necesidades básicas (alimentación, vestido, etc.) dejaron de absorber la mayor parte del presupuesto (en 1958 era del 77,2 % y en 1973 del 57 %), y permitió dirigir el consumo hacia la vivienda, educación, cultura, ocio, etc. Cobra especial importancia el consumo de bienes duraderos: frigorífico, lavadora, televisor, automóvil (600). La producción industrial de estos bienes se disparó a finales de los sesenta y principios de los setenta, lo que repercutió también en la Hacienda al aumentar la recaudación a través de los impuestos de lujo.

Estas nuevas formas de consumo comportaron modificaciones en las formas de vida urbana (en el mundo rural se produce más tarde). La cultura, cada vez más secularizada, erosionaba el modelo socio-religioso del nacionalcatolicismo. A este cambio contribuyeron: la llegada de turistas, el conocimiento del exterior por los emigrantes y los cambios en la Iglesia (fijarse más en las clases desfavorecidas y marginadas, abandono de prácticas religiosas).

 B11.2. Cultura española durante el franquismo: cultura oficial; cultura del exilio; cultura interior al margen del sistema.


Sobre la cultura oficial: completar con lo que está puesto antes….

Cultura del exilio: Autores como Ramón J. Sender, Max Aub, Arturo Barea, Alberti, Juan Ramón Jimenez, Cernuda, León Felipe, María Zambrano, siguen produciendo obras igual calidad en el exilio.

Cultura interior al margen del sistema:
En los años 40 y 50 la censura no evitó que algunos escritores criticaran la sociedad de posguerra y reflejaran las míseras condiciones de vida de aquellos años cuarenta en obras como La familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela, Los Hijos de la ira (1944) de Dámaso Alonso, Sombra del Paraíso (1944) de Vicente Aleixandre, Historia de una escalera de Buero Vallejo (1949) o La Colmena de Cela (1951). En 1944 nacía la revista Espadaña, que recogió la "poesía social", representada, sobre todo, por Blas de Otero y Gabriel de Celaya, para quien la poesía era un "instrumento para transformar el mundo" o "un arma cargada de futuro". En el mundo del pensamiento ya hubo intentos en los años cuarenta de recuperar la tradición liberal: Julio Caro Baroja o Ramón Carande en el campo de la historia; Julián Marías, Zubiri, Laín Entralgo y Aranguren, en el pensamiento filosófico y el ensayo. Este impulso intelectual recibió apoyo de Joaquín Ruiz Jiménez, ministro de Educación Nacional desde 1951. Muchos catedráticos depurados fueron readmitidos, los planes de enseñanza se modernizaron, el SEU empezó a perder su monopolio en la Universidad.

            En los años cincuenta la literatura y el cine produjeron algunas muestras de esa liberalización: El Jarama (1956) de Rafael Sánchez Ferlosio, las obras de Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, o el cine de Bardem o Berlanga, el teatro de Mihura o Buera Vallejo, la poesía de Aleixandre o BIas de Otero. La historia tuvo en Jaume Vicéns Vives a su más preclaro renovador, abandonando los temas tópicos, destacando que la historia de España no era la historia de Castilla e incorporando los planteamientos económicosociales en el estudio de la historia. Esta liberalización fue interrumpida por los sucesos de 1956.

Fue durante la década de 1960 cuando se produjo un auténtico desarrollo de una nueva cultura crítica, con el compromiso político de muchos intelectuales, que denunciaban la rigidez ideológica y política imperante, con una total negación de libertades. Su disidencia se manifestó no sólo en sus obras, sino en la redacción y firma de manifiestos y cartas de protesta, y en su participación en todo tipo de iniciativas y actos políticos y culturales. La mejora del nivel educativo y la politización de una parte importante de los estudiantes universitarios estaban influyendo para que la renovación cultural se hiciera de forma semejante a la europea. Las nuevas generaciones estaban cada vez más en contacto e influidas por los valores que estaban adoptando entonces la mayoría de los jóvenes de Europa occidental. La mejora del poder adquisitivo y la mayor capacidad de desplazamiento empezaban a permitir los viajes al extranjero, especialmente a Francia. Sin embargo, la tirada media de los libros era baja, unos 1.500 ejemplares por título, y la lectura de la prensa tenía uno de los índices más reducidos de Europa: se calculaba en 1970 una venta de 90 diarios por cada 1.000 personas.

Las principales vías de difusión del pensamiento crítico fueron las publicaciones periódicas, especialmente las revistas, y algunos libros de ensayo: destacarán pronto Triunfo, creada en 1962, Cuadernos para el Diálogo, en 1963, Revista de Occidente, recuperada por José Ortega Spottorno en 1963, así como la barcelonesa Destino. Cuadernos para el Diálogo se convirtió en un lugar de encuentro de demócratas de derecha e izquierda, fomentando incluso el diálogo entre cristianos y marxistas. Pero esta voluntad abierta al diálogo topaba con la actitud política oficial, cerrada e intransigente, que dificultaba los intentos de promover un contraste de ideas entre la oposición y los más próximos al régimen franquista.

De todos modos, la intransigencia oficial ante todo tipo de publicación crítica sobre la guerra civil o sobre el régimen motivó la creación de editoriales en el extranjero, como fue el caso de Ruedo Ibérico, fundada en París en 1961, especializada en este tipo de temas. En los Cuadernos de Ruedo Ibérico, creados en 1965, publicaron muchos intelectuales exiliados, así como otros del interior, bajo seudónimo. En estas publicaciones se ofrecía una alternativa a la historia franquista y una denuncia de la manipulación practicada por sus historiadores, como quedó de manifiesto en la obra de Herbert R. Southworth El Mito de la cruzada de Franco (1963).

Con respecto a la producción literaria, en 1960 se iniciaron muchas tendencias culturales que se consolidarían en la década de 1970. Empezaron a publicar en esos años autores que habían sido niños durante la guerra y que intentaron describir de forma particular, y diferente, el duro y triste mundo de la posguerra. Era una generación menos atemorizada y con mayor libertad para denunciar la mezquindad del franquismo. Así se superó el realismo de la década de 1950, tanto por parte de la llamada “poesía social”, como de la narrativa neorrealista, fenómeno que también pudo apreciarse en el cine y el teatro: quizá el más claro símbolo del cambio fue la novela de Luis Martín Santos Tiempo de Silencio, de 1962. En la misma línea destacarían Cinco Horas con Mario (1966) de Miguel Delibes, y las obras del autoexiliado Juan Goytisolo, Señas de Identidad (1967), prohibida por la censura franquista, Reivindicación del Conde Don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). Igualmente destacó la aparición de la prosa densa y metafórica de Juan Benet en Volverás a Región (1968). Se apreciaba también la persistencia de un realismo social con formas nuevas, en las primeras obras de Juan Marsé, Últimas Tardes con Teresa (1966) y Si te dicen que caí, prohibida por la censura y publicada en México en 1973. También surgirán nuevos autores como Javier Marías y Vicente Molina Foix.
La renovación del lenguaje poético vino de la mano de autores muy jóvenes que introdujeron formas más renovadoras basadas en la reivindicación de una total libertad de expresión. Todos los autores que en 1970 Josep María Castellet seleccionó en su antología Nueve Novísimos Poetas Españoles, habían nacido en la posguerra, como, entre otros, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Félix de Azúa, Juan Siles y Manuel Vázquez Montalbán. Igualmente debe destacarse la recuperación de autores simbólicos, como Federico García Lorca y Antonio Machado, así como algunas figuras del exilio, como Rafael Alberti y Juan Gil Albert. Por otra parte, a causa del gran éxito de la televisión, e incluso del cine, se inició la crisis del teatro comercial, como lo mostraba la constante desaparición de salas. Pero se produjeron obras impactantes como El Tragaluz (1967) de Antonio Buero Vallejo.

El cine español también conoció un notable descenso de público ante la competencia de la televisión. Sin embargo, la influencia del cine europeo permitió que continuasen produciéndose relatos de gran compromiso social. Fue una etapa contradictoria, ya que la arbitrariedad del Ministerio de Información y Turismo podía promover y subvencionar películas y luego prohibir su exhibición. Un caso escandaloso fue el de Viridiana (1961), del exiliado Luis Buñuel, presentada oficialmente como producción española en el Festival de Cannes, donde fue premiada con la Palma de Oro, para luego ser radicalmente prohibida en España por ser considerada “blasfema”. También hay que recordar la persecución sufrida por la película El Verdugo (1963), de Luis García Berlanga, que, pese a ser premiada en la Mostra de Venecia, la intervención del embajador español en Roma obligó al director a cambiar el final de la película para poder ser exhibido en España.

La existencia de un público selecto, joven y cada vez más numeroso exigía cine de calidad, semejante al europeo. De la producción de los 60 destacan Nueve Cartas a Berta (1965), de Basilio Martín Patino; La Caza (1965), de Carlos Saura, premiada en el Festival de Berlín; y la excelente versión de la novela de Unamuno La Tía Tula (1964), realizada por Miguel Picazo. El propio Luis Buñuel dirigió en España una de sus últimas películas, Tristana (1969), y ya en la década de 1970, se impuso un cine de claro carácter simbólico, como El Jardín de las Delicias (1970) y La Prima Angélica (1973), de Carlos Saura; El Espíritu de la Colmena (1973), de Víctor Erice; o Furtivos (1975), de José Luis Borau.

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